miércoles, 10 de agosto de 2011

La crisis de la cultura y el desprecio de la filosofía


Autor: Juan Guillermo Delgado Martínez

“Interrogado acerca de la esencia de la filosofía, Pitágoras habría contestado que a través del nacimiento el hombre entra en el orden cósmico como en una fiesta de Dios.
 En esta fiesta, mientras unos piensan sólo en divertirse y otros aprovechan la ocasión para ofrecer en venta sus mercancías y hacer negocios, el filósofo es el que, centrándose en la theoria, comprende el sentido de la fiesta”
Marco Tulio Cicerón, Tusc. Disp.. V, 9.


Un hecho: el desequilibrio

Cada día las noticias nacionales y mundiales nos presentan grandes avances en el ámbito médico, el tecnológico y el mundo de las comunicaciones. La globalización permite que estos adelantos se difundan rápidamente y que los pueblos  se beneficien  de las conquistas de otros. Esta vertiginosa carrera científica-tecnológica nos puede hacer sentir como si marcháramos en un tren de alta velocidad que no puede ser frenado: el tren del progreso. Mientras corremos sobre  este TGV[1] tecnológico descubrimos también un paisaje que nos circunda y preocupa: países enteros sufren el hambre y la sed, más de 33 millones de personas viven con el virus de VIH en el mundo, el número de enfermos mentales en el mundo asciende a más de 450 millones.  Una mirada rápida a nuestro mundo desvela un profundo desequilibrio entre un crecimiento muy rápido de las capacidades científicas y el poder técnico y el crecimiento mucho más lento de los “recursos” morales.

Durante el siglo XX el poder del hombre, sus posibilidades y su dominio sobre las fuerzas y misterios de la naturaleza aumentaron de manera vertiginosa. Capaz de llegar al corazón del mundo natural, el átomo[2], y de lograr la fusión nuclear, parece no saber si  usarla para generar energía que alimente miles de hogares[3] o para fabricar armas nucleares de devastadoras consecuencias.  Una vez descifrados los componentes del mismo hombre (ADN), puede usar su conocimiento para prevenir y curar enfermedades o para manipular al mismo hombre. Junto con las posibilidades, también la capacidad de destrucción aumentó (terrorismo, armas nucleares y biológicas). Frente a los grandes avances de la técnica y de la ciencia, encontramos grandes problemas globalizados como la pobreza creciente, el hambre, enfermedades como el sida y el riesgo - cada vez más inminente- del llamado “choque de culturas”.


Todo ello pondría en evidencia que al “aumento de nuestras posibilidades no ha correspondido un desarrollo de la energía moral.  No ha crecido, ha disminuido, porque una mentalidad técnica reduce y encierra a la moral en un ámbito meramente subjetivo[4] donde cada quien decide qué está bien y que está mal.  Si este poder creciente del hombre no está relacionado con la fuerza moral, el poder del hombre se transformará cada vez más en un poder de destrucción.

“Ya no pensamos que el acrecentamiento del poder sea equivalente de manera absoluta a un aumento de los valores de la vida. El poder es nuevamente cuestionado por nosotros. Y no solamente en el sentido de una crítica de la cultura tal como se dejó oír durante todo el curso del siglo XIX y con fuerza siempre creciente al finalizar éste, en oposición al optimismo de la época, sino de manera fundamental: en la conciencia general nace el sentimiento de que nos hallamos en una relación falsa con el poder, e incluso de que a medida que crece, nuestro mismo poder nos amenaza (….).
Para la  época que surge, lo que importa, en definitiva, no es ya el acrecentamiento del poder  (…) sino más bien que se lo pueda dominar. El sentido de nuestra época, su tarea central, será la de ordenar el poder de modo tal que al hombre le sea posible usarlo y al mismo tiempo subsistir en tanto que hombre. Se enfrentará con esta opción: volverse tan fuerte en su humanidad que su poder sea grande en tanto poder, o bien rendirse a éste y sucumbir” [5].

Así, uno de los graves peligros de nuestra época se encontraría en el desequilibrio entre las posibilidades técnicas y su fuerza moral. “La tecnología establecida se ha convertido en un instrumento de la política destructiva”[6].  La tarea central y sentido de la época moderna es que el hombre aprenda a dominar su propio poder y no morir en el intento[7].   Pero esta tarea supone que haya buscado y encontrado una brújula, un norte, un sentido que le indique hacia dónde ir.  Que se arriesgue a salir del círculo del dato positivo para aventurarse a la pregunta por el sentido. ¿Qué hago yo en el mundo? ¿Cuál es el sentido de la ciencia, de la técnica, del poder? ¿Para qué? ¿Cómo he de usar todo este conocimiento y el poder alcanzado? ¿Qué reglas imponer a la ciencia y a la técnica? Más aún, la pregunta suprema ¿cuál es el sentido del todo?[8] Sin esta osadía el hombre se autocondena a cadena perpetua a la cárcel del mito positivista.  A un relativismo que al aceptar toda postura como verdadera o válida, en realidad abdica de la verdad, renuncia al sentido.  Renuncia a un actuar fecundo, a un progreso auténtico, a una vida plena.

El hombre de nuestro siglo se asemeja a un niño que juega con un revólver cargado. Le hace falta la conciencia y madurez que le permita hacer un recto uso de un poder que podría volverse autodestructivo.  La educación actual ha dado muestras de sensibilización en este campo. Las clases de ética y valores, de democracia y las campañas de solidaridad son una muestra de los intentos que hace la educación por promover valores y no sólo la transmisión de los datos técnicos. La ciencia puede sacarnos de muchos apuros, puede aportarnos muchas soluciones, pero no puede, por sí misma indicarnos qué uso hacer del saber, del conocimiento, de la técnica.

El cientificismo ¿La causa?


Según Radnitzky el cientificismo es “la creencia dogmática de que el modo de conocer llamado “ciencia” es el único que merece el título de conocimiento, y su forma vulgarizada: la creencia de que la ciencia eventualmente resolverá todos nuestros problemas “significativos”. Esta creencia está basada en una imagen falsa de la ciencia. Muchos e importantes filósofos, desde Nietzche a Husserl, Apel, Gadamer, Habermas, Heelna, Kisiel, Hockelmans y otros, han considerado el cientismo como la falsa conciencia fundamental de nuestra era”[9]
Por cientificismo[10] entendemos una forma de filosofía o corriente ideológica, heredera del positivismo y del neopositivismo, que sólo admitiría como válido al conocimiento propio de las ciencias positivas[11]. Este ismo relega al ámbito subjetivo o a la mera imaginación  cualquier otro tipo de conocimiento que no tenga como criterio la experiencia y el método científico. Las afirmaciones de la ética, la estética, la metafísica o la religión serían consideradas enunciados sin sentido. A pesar de que la crítica epistemológica del siglo XX lo ha desacreditado, el cientificismo, como elemento cultural, impregna toda nuestra cultura. Considera los valores meros productos de la emotividad, y rechazar la noción de ser, y a la metafísica en general para dar cabida  a lo fáctico.

“La ciencia se prepara a dominar todos los aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico. Los éxitos innegables de la investigación científica y de la tecnología contemporánea han contribuido a difundir la mentalidad cientificista, que parece no encontrar límites, teniendo en cuenta como ha penetrado en las diversas culturas y como ha aportado en ellas cambios radicales”[12].

La razón humana no podría ya aspirar a la verdad, sólo al dato. No puede decir qué es la verdad y en caso de que esta existiera se encontraría fuera de nuestro alcance. Una pregunta de este tipo se encontraría fuera del ámbito de la razón. Así las cosas, la pregunta por el sentido de las cosas y del actuar humano se diluye. Pero si no hay referencia, no hay sentido, no hay derecha ni izquierda. ¿A dónde ir? Todo es verdad, luego, nada es verdad. Todo vale, luego, nada vale pues el valor tampoco existe.  Sería mera arbitrariedad.  Así, de la crisis de la razón llegamos a una crisis de la pregunta por el sentido.  El sentido ha queda relegado al ámbito subjetivo.


No cabe duda que los hombres se han beneficiado en buena medida de los avances del conocimiento científico y que gracias a estos se ha afianzado una mayor concienciación sobre el lugar que el hombre y el planeta ocupan en el universo. Gracias a la técnica el hombre ha ampliado su dominio sobre la naturaleza. Sin embargo, como plantea Mariano Fazio “la  tecno-ciencia moderna ha encontrado en el siglo XX un límite metafísico (imposibilidad de autofundarse), un límite ético (puede ser utilizada para el mal, en manos de personas irresponsables, como lo demuestra la carrera armamentista y el uso bélico de la energía nuclear) y un límite ecológico (puede producir daños irreparables a nuestro planeta, a los ecosistemas y los organismos). La necesidad de controlarla desde fuera (antropología, ética, política) desmiente la ideología cientista”[13].

En cuanto heredero del positivismo y del neopositivismo, el cientificismo no considera válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas. Por ello relega el conocimiento metafísico, ético, estético y religioso al ámbito de la mera imaginación. En esta perspectiva las grandes preguntas de la existencia humana y otros grandes problemas filosóficos carecerían de sentido y por ello deberían ser o ignorados  o abordados desde un método semejante al método científico, considerado regla y camino para hallar la verdad.

Dadas sus limitaciones, el hombre no debería depositar toda su confianza en el progreso de la ciencia y la tecnología, pensando que estas puedan explicarlo todo y satisfacer plenamente sus necesidades existenciales y espirituales. La ciencia no puede sustituir a la filosofía ya que no puede ofrecer “una respuesta exhaustiva a las cuestiones fundamentales del hombre, como las que conciernen al sentido de la vida y de la muerte, a los valores últimos y a la naturaleza del progreso”[14]


En palabras de Max Planck, gran físico y premio nobel de comienzos del siglo XX: “La ciencia tiene inmensos recursos para solucionar muchos enigmas de la realidad y convertirla en técnica, dar solución a muchos problemas del hombre, pero no tiene recursos para decirle el sentido más hondo de su vida. La ciencia por tanto tiene que reconocer sus límites, reconocer que tiene que haber una instancia que le diga al hombre cuáles son las rutas auténticas para convertirse en plenamente hombre y cuáles son las peligrosas que lo pueden destruir”[15]

Un postulado: Promesas incumplidas


En la obra Dialéctica del Iluminismo Max Horkeimer y Theodor Adorno[16][17] nos invitaban a preguntarnos: ¿es posible reelegir todavía hoy a la razón para que marque la pauta en la dirección del mundo?  La pregunta surgía porque, para estos autores, la razón imperante (la racionalidad científica de tinte positivista) no había podido cumplir con su plan de gobierno. Durante dos siglos había prometido libertad y felicidad. En su programa había asegurado que liberaría “a los hombres del miedo y los constituiría en señores”[18];  prometió un desencantamiento del mundo mediante la ciencia.   ¿Lo logró?  En realidad, para estos autores, la humanidad no habría logrado llegar a un estado verdaderamente humano sino a un nuevo género de barbarie. La Ilustración nos habría sumergido en un nuevo mito: el de la razón científica.  Pero esa ciencia, más que una amiga, sería una enemiga del auténtico progreso.

La razón científica se habría constituido en un nuevo mito desde el momento en que el positivismo se ha erigido como el modelo de la ciencia y del conocimiento científico.   Para Max Horkheimer,  la Ilustración es totalitaria como ningún otro sistema[19]. Podríamos decir: dogmática ¿En qué consiste ese dogmatismo? La cultura ilustrada posee una ambición universal de desvelar todos los misterios del mundo a través de la ciencia. Se considera autosuficiente y capacitada para lograr este objetivo.  Para ello ha reducido la realidad solamente a aquello que entra en el ámbito de la verificación empírica. Lo demás, lo que no entra en este ámbito, ha sido condenado a la negación o al silencio. En todo caso no podemos hablar con sentido de ello. “El salir del círculo fatal de la existencia, significa para la mentalidad científica locura y autodestrucción, tal como lo era para el mago la salida del círculo mágico que había trazado para el conjuro”[20].

Estamos delante,  quizá inmersos, en un nuevo mito. Es el mito del positivismo que nos prohíbe salir del círculo delimitado de la experiencia sensible. El que ose salir de este círculo y se arriesgue a enunciar la palabra sentido, ser, bueno, verdad comete sacrilegio[21].   ¿La condena?  El ser tenido como loco, su discurso vacío, relegado al olvido. La discusión es cancelada al carecer (curiosamente) de sentido.  ¡No! Sólo existe el dato positivo, sólo él “tendría categoría de ciencia y no la «verdad», ya que ésta cae en el campo de lo indecible y, por ello, fuera de la ciencia”[22].  Así, la pregunta por el sentido de las cosas, del mundo, del actuar, de la existencia, es suprimida al ser una pregunta no científica. 

¿Hay salida?  Sapere aude. Una posible solución


Pero ¿es posible encontrar una salida a la crisis de las culturas a partir de los datos positivos? El hombre de la era de la información no necesita más datos, más conocimientos. Ya tenemos google, Encarta y las bases de datos científicas.  Necesita SABIDURÍA. Un poner en orden todas las cosas, la vida, el actuar humano, el político y la misma ciencia. Los antiguos decían: Es propio del sabio ordenar[23].  El hombre moderno necesita un saber superior, no cuantitativa sino cualitativamente. Necesita la sabiduría que le permita encontrar el porqué de sus conocimientos y de su avance tecnológico y le permita relacionarlos y ordenarlos entre sí. ¿Para qué toda esta ciencia, esta técnica? ¿Para qué todo este poder que tengo entre las manos? ¿Para qué la energía atómica? ¿Para dar energía y luz a decenas de ciudades o para destruirlas? El dato positivo no puede ni quiere responder esta pregunta.  Más bien la elude. Sin esta sabiduría el poder del hombre puede volverse cada vez más un poder de destrucción[24].

Al reducir la ciencia al “dato positivo” se corre el peligro de limitar también el concepto de razón al dato proveniente del experimento: las cuestiones e interrogantes fundamentales del hombre, aquellos cuyas respuestas pueden orientar de manera más radical la vida y la existencia (y supervivencia) del hombre quedan excluidas del ámbito de la racionalidad al ser calificadas de a-científicas o pre-científicas y deben desplazarse al ámbito de lo subjetivo, donde cada sujeto, cada “conciencia subjetiva” es para sí juez y parte, única instancia ética. Estos interrogantes quedan imposibilitados para entrar en el espacio de la “racionalidad” común propia del cientismo.

Es necesario, es urgente confiar en la razón y en su capacidad de ordenar los diferentes saberes. Pero no una ciega confianza en ese tipo de racionalidad científica, tecnológica, incompleta, que considera lo racional como aquello que se puede probar con experimentos.  Necesitamos una razón abierta a algo más que la pura sensibilidad. Una razón que se abre a la pregunta por el ser de las cosas.  Si la racionalidad científica no nos ha llevado a un verdadero progreso es porque desconoce áreas importantes del saber humano.  Lo hemos dicho: no sólo hace falta conocimientos sino sabiduría.  La sabiduría ordena los conocimientos entre sí. Les pone un norte, un fin. Orienta la libertad y el actuar humano para que corresponda a su dignidad, para que sea conforme a la verdad, al bien, a la justicia (todos ellos conceptos no empíricos). El verdadero progreso, la verdadera ciencia ha de ir de la mano de la sabiduría. El objetivo no es eliminar la experiencia sensible o la técnica, sino de invitar a la razón con suavidad y firmeza a abrir la mente, a que no sea auto excluyente y a que vea al mundo como algo más que un dato frío a poner en el microscopio. O, por lo menos, que deje hablar a otros saberes: las ciencias humanas, las tradiciones culturales, las artes, la ética, la metafísica, las tradiciones religiosas[25]... Un árbol sin raíces se seca. Sin memoria no hay identidad, se pierde la orientación.


Bibliografía sugerida:

Artigas, Mariano. El cientificismo hoy.
Fazio, Mariano. Historia de las ideas contemporáneas.
Guardini, Romano. El poder. Ensayo sobre el reino del hombre.
Guardini, Romano.El fin de la época moderna.
Marcuse, Herbert. El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada,
Ratzinger, J. , Europa en la crisis de las culturas.


[1] TGV: Train à grande vitesse. El TGV es uno de los trenes convencionales más veloces del mundo que puede alcanzar unos 320 km/h . El 3 de abril de 2007, en condiciones especiales de prueba,  alcanzó 574,8 km/h .
[2] Las cantidades de energía que pueden obtenerse mediante procesos nucleares superan con mucho a las que pueden lograrse mediante procesos químicos, que sólo implican las regiones externas del átomo. Una reacción de fisión nuclear libera una energía 10 millones de veces mayor que una reacción química típica.
[3] Incluso los beneficios de la energía nuclear deben ser considerados cuidadosamente frente a los posibles riesgos de un desastre nuclear, como el ocurrido en Japón tras el terremoto del XXX
[4] Ratzinger, J. , Europa en la crisis de las culturas, Conferencia pronunciada en Subiaco, 1 de abril de 2005.
[5] Ibid.,  Introducción, pág. 8.
[6] Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Editorial Seix barral, Barcelona, 1972, pág. 256.
[7] “El sentido de nuestra época, su tarea central, será la de ordenar el poder de modo tal que al hombre le sea posible usarlo y al mismo tiempo subsistir en tanto que hombre. Se enfrentará con esta opción: volverse tan fuerte en su humanidad que su poder sea grande en tanto poder, o bien rendirse a éste y sucumbir”. Romano Guardini, op. cit., pág. 9
[8] Cfr. Henri de Lubac, ateísmo y sentido del hombre, Centro de estudios universitarios, pág. 94. 
[9] Radnitzky, G. “Hacia una teoría de la investigación que no es ni reconstrucción lógica ni psicología o sociología de la ciencia”, Teorema, 3 (1973). P. 254-255citado en Artigas, Mariano, “El cientificismo hoy”.
[10] Cientificismo es “la creencia dogmática de que el modo de conocer llamado “ciencia” es el único que merece el título de conocimiento, y su forma vulgarizada: la creencia de que la ciencia eventualmente resolverá todos nuestros problemas “significativos”. Esta creencia está basada en una imagen falsa de la ciencia. Muchos e importantes filósofos, desde Nietzche a Husserl, Apel, Gadamer, Habermas, Heelna, Kisiel, Hockelmans y otros, han considerado el cientismo como la falsa conciencia fundamental de nuestra era”Para una profundización en el tema del cientificismo se recomienda La agonía del cientificismo de Carlos Javier Alonso, Eunsa, 1999.
[11] Positivo: del latín positum: “lo dado”, “el dato”, significa lo dado en la experiencia.  Las ciencias positivas se refieren a las formas de conocimiento resultantes de la experiencia directa del mundo a través de datos empíricos y contrastables: como la física, la química, etc.  http://www.philosophica.info/voces/positivismo/Positivismo.html citado el 5 de agosto de 2011.
[12] “Se debe constatar lamentablemente que lo relativo a la cuestión sobre el sentido de la vida es considerado por el cientificismo como algo que pertenece al campo de lo irracional o de lo imaginario. No menos desalentador es el modo en que esta corriente de pensamiento trata otros grandes problemas de la filosofía que, o son ignorados o se afrontan con análisis basados en analogías superficiales, sin fundamento racional. Esto lleva al empobrecimiento de la reflexión humana, que se ve privada de los problemas de fondo que el animal rationale se ha planteado constantemente, desde el inicio de su existencia terrena. En esta perspectiva, al marginar la crítica proveniente de la valoración ética, la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible.” Fides et ratio, No. 88, 1998.
[13] Fazio, Mariano. Historia de las ideas contemporáneas, 2006, pág. 266.
[14] Discurso a la Academia de las ciencias sobre el tema “La posibilidad de predicción de la ciencia: precisión y limitaciones”.
[15] Max Planck. Citado en López Quintás, Alfonso. Conferencia magistral ofrecida en ITESM, septiembre de 1993, citado el 21 de julio de 2011 en www.itesm.mx/va/dide2/documentos/conferencia _dr.pdf
[16] Max Planck. Citado en López Quintás, Alfonso. Conferencia magistral ofrecida en ITESM, septiembre de 1993, citado el 21 de julio de 2011 en www.itesm.mx/va/dide2/documentos/conferencia _dr.pdf
[17] Representantes de la escuela de Francfort y de la llamada teoría crítica, una de las principales escuelas filosóficas de la primera mitad del siglo XX cuya tesis central consiste en una crítica al modelo de razón meramente lógico (razón instrumental) que se habría demostrado destructor de sí mismo.  
[18] Dialéctica de la ilustración, pág. 59.
[19] Max Horkheimer y Theodor Adorno, Concepto de Ilustración, en Dialéctica de la Ilustración, pág. 80.
[20] Ibid, pág. 79.
[21] Ibid, pág. 79
[22] Ratzinger, Joseph, Dios como problema, Ediciones Cristiandad, 1973.
[23] Esta idea proviene de Aristóteles, para quien el sabio verdadero es el que consagra enteramente a la contemplación de las causas últimas. Según Tomás de Aquino “sabios en todo el sentido de la palabra, lo son aquellos que consagran sus esfuerzos al estudio del principio y fin de todas las cosas”. Cfr. Contra Gentiles, Lib. I, cap. II, citado en Sertillanges,  Santo Tomás de Aquino.
[24] Romano Guardini, El poder. Ensayo sobre el reino del hombre. Ediciones Troquel, Buenos Aires, 1959.
[25] “Las bases morales prepolíticas del Estado liberal”, Jürgen Habremas. 19 de enero de 2004.

No hay comentarios:

Publicar un comentario