El otro día observé la
siguiente escena en una calle cercana a mi casa: una chica iba muy
divertida contestando sus mensajes del celular caminando por la acera
de enfrente.
Sin darse cuenta ni tampoco voltear,
cruzó la avenida despreocupadamente y un coche milagrosamente logró
enfrenarse y apenas le dio un ligero tope, que fue suficiente para que
arrollara levemente a la adolescente y "salieron volando", por supuesto:
su celular, sus lentes y los zapatos. Ella se incorporó como "un
resorte" reclamándole con mal humor al conductor del automóvil que era
un irresponsable, que pusiera más atención.
Él se limitó a contestarle que fue ella la que sorpresivamente invadió la calle, sin tomar ninguna precaución.
Estas escenas se repiten cotidianamente. ¿No te ha tocado, amigo
lector, de peatones que se estrellan contra ti en un centro comercial,
en la banqueta, en el pasillo de un edificio… porque los jóvenes van
muy concentrados recibiendo y respondiendo a sus mensajes? Hace poco
salía en el periódico que un 80 por ciento de los accidentes
automovilísticos que se registraban entre los peatones en la Ciudad de
México tenían su causa en que iban más imbuidos en sus mensajes por
celular que en estar atentos a la circulación de los coches.
Aclaro que, en lo personal, me encantan todos los modernos avances
de la cibernética y que me ha tocado presenciar asombrosos progresos
que cuando era niño pertenecían al mundo de la ciencia ficción y ahora
son una maravillosa realidad.
Pero es innegable que el tema de los celulares se ha convertido en una verdadera adicción o codependencia, por ejemplo:
Se tiende a olvidar que lo más importante es la persona humana,
su dignidad y la convivencia que se pueda tener con ella. Por
ejemplo, si un fin de semana se reúnen abuelos, tíos, primos,
hermanos, sobrinos, etcétera resulta un tanto absurdo que los más
jóvenes le concedan más importancia a los mensajes que van
recibiendo, que a la conversación que se tenga y ayude a una mayor
integración familiar.
Si tenemos una cita con una persona para tratar diversos asuntos
profesionales, no deja de ser molesto que sea el celular el
“moderno impertinente” como le llamaba el estadista francés
Charles de Gaulle, y se le conceda el mismo plano de importancia a
un mensaje que comente: “Está buenísima la película de ‘Batman’.
No dejes de verla” o una llamada por celular de un familiar que
diga: “Estoy en el supermercado. Al rato llego a la casa, como
habíamos quedado”. Es evidente que los asuntos tienen su orden de
importancia y hay que saber respetar la persona con quien se está y
qué asuntos se están tratando. Lo otro, se puede responder
posteriormente.
Peor aún, en esas reuniones de trabajo, a las que han sido
convocados profesionales que han acudido de lejanas ciudades del país y
se van a tratar asuntos trascendentales para la empresa. ¿No se
han fijado como algunos de inmediato colocan sobre la mesa sus
celulares para estar atendiendo habitualmente menudencias, cuando
se está deliberando, por ejemplo, si se toma la decisión de
invertir una buena cantidad de millones en tal o cual iniciativa?
Evidentemente hay una desproporción abismal entre una decisión
financiera de envergadura y el acuerdo sobre si hoy comeremos
comida italiana o mexicana. ¿Qué hay detrás de estas actitudes?
Desde luego una compulsión, en muchos casos incontrolable; una
adicción en algunas personas que raya en lo patológico. ¿No has
escuchado expresiones como: “Estoy en crisis, no se bajó la
pila de mi celular y olvidé mi cable para recargarlo? O adolescentes
que no apagan su celular durante toda la noche “no vaya ser que
reciban un mensaje importante”.
Conozco a directivos de empresas y a catedráticos de universidad
que al entrar a las juntas o al salón de clases les piden a los
asistentes que, en un lugar aparte, dejen sus aparatos para que se
concentren en los temas que se van a tratar. No falta quienes se
disgusten por tal petición.
En conclusión, un extraordinario “medio” de comunicación como es el
celular (con su capacidad de intercambiar mensajes, ver internet,
chatear, entrar en redes sociales, etcétera) no se puede convertir en
un “fin” para satisfacer una curiosidad inmediata, una compulsión
desmedida porque eso conduce al caos, a la anarquía y al desorden tanto
en el trato con las personas como en el aprovechamiento de nuestro
tiempo. No hay más remedio que ser exigentes con nosotros mismos para
lograr ser más eficaces en nuestro trabajo, en el estudio o más finos y
atentos en el trato con los demás.
Blog: www.raulespinozamx.blogspot.com
Fuente: http://www.yoinfluyo.com/yi20/int-liderazgo/principal-liderazgo/1200-cuando-los-celulares-matan
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