viernes, 13 de julio de 2012


La “Rosa Blanca”, un grupo de amigos contra el nazismo

12/07/2012
[José García Pelegrín. Colaborador de CinemaNet]
El pasado junio se cumplieron 70 años desde la fundación del grupo de jovenes universitarios alemanes “La Rosa Blanca“, uno de los grupos de oposición al nazismo más conocidos. Buena parte de esa fama se debe a las películas “La Rosa Blanca” (1982, Michael Verhoeven) y “Sophie Scholl. Los últimos días” (2005, Marc Rothemund). En recuerdo a esta efeméride, hemos pedido a nuestro amigo y colaborador José María García Pelegrín (autor del libro “La Rosa Blanca. Los estudiantes que se alzaron contra Hitler”) esta breve colaboración.
 «El nombre alemán permanecerá para siempre mancillado si la juventud alemana no se alza». Estas palabras las escribieron en una cuartilla tirada a multicopista, a mediados de febrero de 1943, unos estudiantes de poco más de 20 años de edad, que junto a un catedrático constituyeron el movimiento que ha pasado a la historia con el nombre de la «Rosa Blanca». Precisamente esa «hoja» —como ellos denominaron sus escritos— supondría el final de sus actividades: cuando la estaban repartiendo en la Universidad de Múnich, el jueves 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie Scholl fueron detenidos. Cuatro días después eran condenados a muerte y ejecutados.
Apenas unas semanas antes —el 31 de enero de 1943— se había producido el acontecimiento que dio el giro definitivo a la Segunda Guerra Mundial, y al que hacían referencia explícita en dicha «hoja»: la capitulación de las tropas alemanas en Stalingrado, donde el fanatismo de Hitler hizo perder la vida a 330.000 soldados alemanes. Ese desastre abrió los ojos a muchos alemanes, que no se dejaron llevar por la propaganda nazi; el efecto psicológico de la derrota fue incluso mayor que el militar.
Sin embargo, no fue la evolución de la guerra lo que impulsó a estos jóvenes a oponerse al nacionalsocialismo. Si se alzaron contra Hitler lo hicieron por su amor a la libertad y por sus firmes convicciones cristianas, pues tenían clara conciencia de que el nacionalsocialismo no era un mero sistema político, sino antes una ideología cerrada a la trascendencia del hombre que se propuso sustituir la tradición judeo-cristiana por la raza «superior» germánica.
La «Rosa Blanca», no obstante, no fue un movimiento compacto, sino un grupo de amigos —Hans y Sophie Scholl, Alexander Schmorell, Christoph Probst y Willi Graf, a los que se unió más tarde el catedrático Kurt Huber—. La amistad es un rasgo esencial en la «Rosa Blanca»: personas con las mismas ideas que se preguntaron a sí mismos qué hacían ellos, dentro de sus limitadas posibilidades, para oponerse a un régimen que consideraban ilegítimo, atentador contra los Derechos Humanos.
Interpelados en sus conciencias, decidieron elaborar unas «hojas» a multicopista, seis en total, que repartieron primero por la Universidad y el centro de Múnich y después también en otras ciudades. Durante meses intranquilizaron a las más altas esferas del Partido, como revela el hecho de que Hitler enviara al juez presidente del Tribunal Supremo, Roland Freisler, desde Berlín a Múnich, para presidir el primer juicio contra la «Rosa Blanca», en que se condenó a muerte a Sophie y Hans Scholl yChristoph Probst, el lunes 22 de febrero de 1943, y también que el proceso se desarrollara con una celeridad sin precedentes.
En el origen de la idea de repartir «hojas» contra el régimen nazi parece encontrarse un hecho narrado por una hermana de Hans y Sophie, Inge Scholl (fallecida en 1998): a finales de 1941, en el buzón de su familia aparecieron unas hojas anónimas que reproducían las homilías del cardenal August Graf von Galen, condenando la eutanasia practicada por los nacionalsocialistas. Según Inge, Hans exclamó: «Por fin alguien con valentía para hablar. Tendríamos que tener una multicopista».
La característica más acentuada en la mayor parte de los miembros de la «Rosa Blanca» era una profunda religiosidad. No en vano, la fuente espiritual e ideológica de esta organización fue el llamado grupo de «Renovación Católica» francés de finales del siglo XIX, integrado por escritores como Bernanos, Claudel o Maritain, que conocieron a través del catolicismo reformado alemán de Theodor Haecker y Carl Muth, director de la revista Hochland, cuya meta era tender puentes entre el pensamiento católico y la cultura moderna. En este contexto resulta significativo queChristoph Probst, que había crecido en un ambiente alejado de la religión, pidiera ser bautizado pocos momentos antes de ser ejecutado.
De ahí que estos jóvenes tuvieran una gran entereza, muy superior a lo que podría hacer presumir su edad, respecto de su misión. En este contexto es esclarecedor lo que escribió Alex Schmorell, en su última carta: «Según la voluntad de Dios, hoy acabaré mi vida terrena, para entrar en otra nueva que nunca terminará». Esa firme esperanza les dio fuerzas; pero también el hecho de que habían cumplido una misión, de que habían seguido los dictados de su conciencia. Continúa diciendo Alex: «Me voy siendo consciente de que he servido a mis firmes convicciones y a la verdad». Y este mismo tenor se aprecia en los testimonios que han quedado de los demás. Por ejemplo, Willi Graf había anotado en su Diario: «Como cristianos conocíamos la superación del mal por la muerte; por tanto, el éxito no nos parecía importante; creíamos más bien que había llegado el momento de comenzar esa protesta moral porque nuestra conciencia nos obligaba a ello».
Sin embargo, eso no quiere decir que fueran, en absoluto, unos fanáticos. Eran jóvenes normales y corrientes, amantes de la vida. Por ejemplo, resulta muy acertada la primera secuencia de la película «Sophie Scholl, los últimos días», en la que la vemos oír música, reírse y tatarear la canción que está escuchando con una amiga. Sophie era una muchacha menuda y poco llamativa, pero poseía una gran personalidad.
¿Cuál es el legado de aquellos jóvenes de la «Rosa Blanca»? Esa pregunta se la planteé a la hermana de Willi Graf,Anneliese Knoop-Graf. Además de ser una testigo de excepción —pasó medio año en la misma celda que Sophie Scholl, con su misma compañera de celda y siendo interrogada por el mismo funcionario de la Gestapo— ha estado toda su vida trasmitiendo ese mensaje. Respondió, a manera de resumen: «Mostraron que en todo momento hay personas que, con los medios a su alcance, están dispuestas a luchar contra el mal, por decirlo en términos teológicos, aun a costa de ponerse en peligro, de fracasar o incluso de perder sus vidas. “La Rosa Blanca” nos ha legado el testimonio de que en todas las épocas ha habido personas con la suficiente valentía de alzarse en pie. Esto es lo duradero de su mensaje». También hoy, en una sociedad aparentemente tan distinta, pero en la que estamos sometidos a otros dictados como el de lo políticamente correcto, son necesarias muchas personas con firmes convicciones y con la suficiente valentía para defenderlas cueste lo que cueste.
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José M. García Pelegrín
Autor de: “La Rosa Blanca. Los estudiantes que se alzaron contra Hitler”.
Ed. LibrosLibres, 14 €.


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